Creemos conveniente difundir esta información publicada hace 27 años, para plantear la Pregunta ¿Andrés A. Cáceres nació un 4 de febrero?
El más esclarecido ayacuchano, dotado de un patriotismo inquebrantable, y el militar peruano adornado de un valor indomable, es sin disputa alguna, don Andrés A. Cáceres. Vino al mundo en la ciudad huamanguina el 4 de febrero de 1836, ( a diferencia de lo que dice http://www.identidad-peru.com/biografias/avelino-caceres.pdf) hijo de Domingo Cáceres y Justina Dorregaray (hija del coronel Dorregaray).
Estado de estudiante del colegio de San Ramón, se alistó del joven oficial. Acaso hubiera hecho suya la sentencia de Simón Rodríguez: No quiero ser como los árboles que echan raíces en un lugar determinado y allí viven y mueren, sino como el viento que sopla y se mueve.
El 5 de enero de 1855 pelea en la batalla de La Palma y allí recibe el bautizo de sangre-es herido en uno de los pies- pero obtiene la victoria: el gobierno de Echenique, un tanto desacreditado, está vencido. Por sus propios esfuerzos alcanza los grados militares uno tras otro.
A principios del año de 1857, se subleva el pueblo arequipeño con el general Vivanco a la cabeza, protestando contra la promulgación de la Constitución del 56. Castilla marcha a sitiar a la ciudad y confía a Cáceres el difícil encargo de tomar al enemigo. El valiente ayacuchano pelea en Yumina (29 de julio de 1857), en Bellavista (18 de enero de 1858) y después de ocho meses de sitio procede al asalto en la mañana del 6 de marzo del citado año; tras dos días de heroica lucha cae la ciudad y Vivanco se rinde. Cáceres sale herido en el ojo izquierdo y uno de sus admiradores exclama: herida grave, muy grave, que no ha sido mortal. Dios lo reserva, sin duda, para grandes hechos. Cáceres se había distinguido en gran manera en el sitio de Arequipa. El 26 de enero de 1857 asciende a teniente graduado; el 18 de marzo a efectivo; el 14 de junio a capitán y el 25 de septiembre, también del 18 de marzo a efectivo; el 14 de junio a capitán y el 25 de septiembre, también del 18 de marzo a efectivo; el 14 de junio a capitán y el 25 de septiembre, también del mismo año, a efectivo. Una victoria y una herida habría de lucir con noble orgullo.
Derrotado Vivanco, se declara la guerra con Ecuador, y Cáceres, a pesar de hallarse gravemente herido, marcha al norte, destruye al enemigo y ocupa Guayaquil. Al siguiente año, el presidente Castilla lo manda a Europa como Adjunto Militar en la Legión de Francia y para hacerse curar el ojo. Después de siete meses de ausencia, Cáceres vuelve de París, siendo ascendio a sargento mayor y destinado al batallón Pichincha. Por su enérgica protesta contra el tratado Vivanco-Pareaja es apresado y desterrado a Chille por el general Pezet. Sin embargo logra escaparse y desembarca en Arequipa. uniéndose al Ejército Restaurador del coronel Mariano Ignacio Prado. El 2 de abril de 1865 resulta ascendido a mayor efectivo y el 6 del mismo mes a teniente coronel, asistiendo con este grado al combate del 2 de MAyo, como jefe del Fuerte Ayacucho.
En el gobierno del coronel José Balta sufre una larga prisión por su actitud contra la crisis económica y abierta oposición a los fabulosos empréstitos con gravamen del fisco nacional.
Durante la presidencia de Manuel Prado alcanza su libertad, siendo nombrado 2º jefe del batallón Zepita. Este cuerpo se subleva en una de las noches de 1874 y Cáceres, después de una sangrienta refriega, lo somete a la obediencia obteniendo por su singular bizarría su primera jefatura.
Al año siguiente es destacado a Chanchamayo. En 1877 pasa como prefecto al Cusco. Declarada la Guerra del Pacífico, Cáceres al frente de su favorito batallón Zepita, es el primero en acudir a la pelea y el último en deponer las armas. Ya no repetiré lo que dejo consignado en anteriores capítulos sobre su destacada actuación en la guerra con Chile. Allí, con la punta de su acero, esculpió su nombre en los Andes milenarios que él domino y cruzó. Gigante cedro brotado en tierras huamanguinas, prestó se benéfica sombra al Perú en horas de verdadera angustia. Por más de cuatro años luchó como militar con bravura y defendió con abnegación como patriota a la patria ultrajada.
Destruido el grueso y disciplinado ejército peruano, Cáceres encuentra apoyo en la resistencia de los indios, en cuyos ingenuos espíritus enciende la chispa del amor a la patria. Al punto, el humilde labriego deja las quejumbrosas notas de su quena, se despide de su anciana madre y de su joven esposa, se arma de lanza y honda y con el frugal fiambre, si la academia me permite, de un puñado de mote y un pedazo de charqui, se enrola en las fuerzas de Cáceres y a su lado rinde la vida, o nimbado de laureles retorna a la casa solariega.
El valeroso jefe, seguido de 3 ó 4 mil indios, escala las elevadas mesetas apagando su sed con aguas puras, que cual lágrimas del alma indiana, se deslizan gimiendo trsitemente por entre quebradas profundas.
Cáceres, con el grado de general concedido por don Nicolás de Piérola, recorre extensas punas acariciendo a la huérfana y modesta florecilla que en las altas montañas nunca recibió el beso piadoso del peregrino.
El héroe de la Breña se coronó de gloria en homéricas y diferentes batallas. El brujo de los Andes realizó hazañas imperecederas que engalanan los fastos de la historia. El Molke peruano defendió la integridad nacional con el formidable poder de su brazo, con su increible resistencia, con su proverbial táctica militar y su férrea espada dispuesta al servicio de la ley y de la justica.
Las balas enemigas hacen trizas su uniforme, pero él sigue impertérrito junto a sus batallones. También como ningún militar sufrió grandes dolores después de la acción de Huamachuco: Vedlo en el camino del Inca, dice Gutierrez de Quintanilla, no lejos de Churrapampa, solitario pie a tierra, cruzados los brazos sobre el cuello de su negro caballo Elegante, la cabeza y el alma sumidos en ellos y en el abismo del infortunio.
Se salva a uña de caballo en muchas ocasiones. Cuando la caballería chilena estaba ya para apresarle, él se oculta entre los juncales de la laguna de Junín y se escapa en la oscuridad de la noche. Para Cáceres no existen pasos dificultosos ni arriegadas empresas. La naturaleza le defiende y la muerte le respeta.
Después de haber luchado por la libertad de la nación por más de 30 años, se juzga digno de ocupar la primera autoridad y lo consigue con general aplauso. En las elecciones convocadas por la junta de ministros presidida por Antonio Arenas, Cáceres sale como Presidente de la República, asumiendo el mando supremo el 3 de Junio de 1886, elevado cargo que desempeña hasta 1890. Durante su período se realizaron importantes obras. Reorganizó varias instituciones públicas, hasta entonces supremas; redujo los gastos y el número del ejército, celebró varios contratos y llevó la nación al progreso salvándola de la crisis financiera. Plumas autorizadas se consagran a hacer resaltar sus singulares cualidades de estadista, guerrero, político y gobernante. Ya no detendré en hacer examen minucioso de su administración pública.
En 1891 pasó como ministro plenipotenciario del Perú a Francia y luego a la Gran Bretaña.
En agosto de 1894 nuevamente salió electo Presidente, pero en marzo del siguiente año dejó el poder, dirigiéndose al extranjero. En 1901 es Enviado Extraordinario en Italia, trasladándose con igual cargo a Alemania en 1905, a Austria en 1911 y luego a España. También representó a su departamento y al Callao en la Cámara de senadores.
Durante el gobierno de Leguía, en una ceremonia especial, se le concedió el bastón de Mariscal, el 10 de Noviembre de 1919, con unánime aprobación del Congreso Nacional.
El viejo caudillo y héroe del 79, recibió muchas condecoraciones: de España, la Gran Cruz de Mérito Militar; del Brasil, la Gran Cruz de Cruzeiro; de Prusia, la de Caballero de la Corona; de Venezuela, la del Busto del Libertador; de Bolivia, la del 2 de Mayo; del Perú, la Cruz de Tarapacá, etc.
Coronado de laureles y cubierto de gloriosas heridas, bajó a la tumba en la capital, el 10 de octubre de 1923, a los 87 años de edad, dejando a la posteridad una luminosa huella de patriotismo y abnegación. Pasarán generaciones y su nombre será recordado con entusiasmo y admiración, pues su memoria es eterna y será glorificada como el prototipo del valor y pericia militar.
J. Salvador Cavero León
Trabajo presentado a la Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú.
La Guerra del Pacífico 1879-1883 La Resistencia de la Breña Tomo II.
Ministerio de Guerra. 1 ed. 27-11-1982
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